Su olor después de la lluvia, de Cédric Sapin-Defour
No nos privamos de llorar, porque entre estas cuatro paredes la muerte de un perro es un drama. Luego vendrán el mundo y sus autorizaciones para estar triste; en la clasificación de las penas legítimas, la pérdida de un perro está mal situada, lejos, muy lejos del niño, del centenario, del soldado desconocido o de la tórtola de los bosques. Luego vendrá la violencia de las grandes diferencias: por un lado, una pena que lo cubre todo como lava; por otro, el desinterés de la mayoría, la incomprensión y la burla solapada, llorar por un animal, qué ñoñería. El pasado 3 de mayo, Lolita y yo nos miramos a los ojos y lo supe de inmediato: el día que tanto había temido había llegado y ya no había vuelta atrás. No más prórrogas, no más esperas. Durante mucho tiempo lo negué, un arma que usé para autoengañarme, pero Lolita llevaba meses sin ser ella y había llegado el momento de su descanso. Su adiós fue un antes y un después en mi vida, la muerte de un perro siempre lo es, porque Lolita, hast