El gran libro de los gatos



¡Hola, chic@s! Espero que hayáis tenido una entrada de año fantástica y que el 2020 esté cargado de nuevos sueños y retos por conseguir. He querido empezar el año con la reseña de un libro que, sin yo esperarlo, ha sido muy especial para mí y este ha sido El gran libro de los gatos, una antología de relatos, ensayos, poemas, canciones y frases que tienen como protagonistas a nuestros compañeros más felinos. Este libro fue un regalo que le hice a mi hermana en diciembre y pensaba pedírselo pasados unos meses para poder leerlo yo. Sin embargo, la lectura se anticipó más de lo que me hubiese gustado porque pocos días después nuestro gatito Marley falleció debido a un accidente y esto nos dejó desolados. El dolor y la rabia fueron muy grandes y para poder canalizar un poco mi pena le pedí a mi hermana el libro, ya que quería refugiarme en un mundo que me recordara a él. Durante cinco días estuve cobijada en sus páginas y su lectura me ha reconfortado mucho.

El año pasado El gran libro de los perros, del que tendréis la reseña en las próximas semanas, encandiló a los lectores de la editorial Blackie Books, pero aun así muchos se preguntaban: ¿y para cuándo el libro de los gatos? ¡Pues dicho y hecho! Blackie Books tiene sitio para todos y nos ha obsequiado con una edición preciosa en la que los gatos son los que mandan. En esta lectura encontraremos historias de todo tipo y felinos de lo más especiales que serán difíciles de olvidar. El libro cuenta con autores maravillosos de diferentes épocas y partes del mundo (Federico García Lorca, Emily Dickinson, Anne Brontë, Edgar Allan Poe, Sylvia Plath, Shirley Jackson, Roald Dahl, Jorge Luís Borges, H.P. Lovecraft, Oscar Wilde, Louisa May Alcott... La lista es interminable), pero estos no están solos ya que en todo momento les acompañan las originales ilustraciones de Alexandre Reverdin. El libro se divide en seis secciones que no dejarán indiferente a nadie y cuyos títulos son los siguientes:

- Gatos buenos
- Gatos que cruzan la calle
- Gatos que todo lo saben
- Gatos malos
- Gatos que no he vuelto a ver
- Gatos que te cambian

He disfrutado mucho de estas historias y en la mayoría de ellas he visto el reflejo de Marley. Ha sido como mirarse en un espejo y ha sido una experiencia muy bonita. Cuando acabé el libro llegué a esta conclusión: quería escribir la historia de Marley. Quería que el mundo le conociera y que, de alguna manera, llegara a la vida de los demás. Llevo días dándole vueltas a la cabeza sobre qué me gustaría escribir y siempre termino con lágrimas en los ojos. Lo que leeréis a continuación es su historia y cómo en tan poco tiempo un ser tan pequeño e inocente puede impactar en la vida de una familia. Marley, sin ninguna duda, protagonizaría la sección de Gatos que te cambian.

El gatito estaba en plenitud de la exaltación. El mundo yacía bajo sus pies, hecho de música y flores; y él volaba muy por encima, a través de un crepúsculo de delicia. (Sortilegios antiguos, Algernon Blackwood. Extracto de El gran libro de los gatos)


Marley a principios de septiembre 
Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi. Fue el 13 de mayo de 2019 y ese día llegué de un viaje que, durante mucho tiempo, fue simplemente un sueño. Mis pies estaban doloridos y cansados por los kilómetros recorridos y mi cuerpo necesitaba horas de sueño, pero antes de poder descansar me asomé a la ventana de la cocina, esa que da al patio del vecino y en la que siempre brilla el sol, y ahí te vi. Eras una bolita gris muy pequeñita que, junto a tu hermano y  hermana, ibas detrás de tu madre para exigirle tu dosis de leche. En mi barrio hay muchos gatos y meses antes escuché que las gatas habían sido esterilizadas; bueno, ahí me di cuenta de que eso no era del todo cierto. A partir de ese momento cada día me asomaba a la ventana para ver qué hacíais y acabé convirtiéndome en testigo de vuestros primeros pasos y, más tarde, de vuestros juegos. Cada día teníais más energía y seguridad y vuestro carácter pillo siempre me arrancaba una sonrisa. Sonreía con todas vuestras travesuras pero también me enternecía ver cómo vuestra madre os iba preparando para el mundo exterior (siempre recordaré cómo os enseñó a bajar y subir por las escaleras mientras que ella, con la santa paciencia que la caracteriza, estaba atenta a cualquier posible caída). Me convertí en una espectadora de vuestras vidas, pero un día mi boca se abrió para llamar vuestra atención y a partir de ahí nuestra situación cambió. Los cuatro veníais bajo mi ventana y reclamabais atención y comida y yo, que ya me teníais ganada desde el primer día, cedía a vuestras peticiones. Los días iban pasando y el verano también, y con la aparición del mes de agosto llegó lo inevitable en la vida de los gatos callejeros: la independencia. Vuestra madre poco a poco fue recuperando la autonomía que tuvo que renunciar por vosotros y mientras tanto, tus hermanos fueron experimentando una libertad que les fue gustando cada vez más; tanto, que un día decidieron seguir su propio camino. No obstante, tú eras diferente ya que no te quisiste despedir de tu mamá y seguiste pegado a sus faldas. Durante ese periodo de cambios vi que cada vez estabas más delgado y no podía darte de comer porque el vecino no quería, así que intentaba llamar tu atención para que te acercaras a mí y así poder alimentarte. Sin embargo, tú siempre mantenías las distancias porque no te fiabas de los humanos, pero una tarde de finales de agosto esto cambió y ahí empezó nuestra pequeña gran historia. En uno de mis paseos con Lolita te vimos al lado de la puerta de nuestra casa, esa que da a la calle, pero no estabas solo ya que tu mamá estaba contigo. Rápidamente pensé que ahí estaba la oportunidad que había esperado durante tantos días, así que no perdí el tiempo y os preparé un cuenco de comida y un poco de agua y bajé corriendo a vuestro encuentro. Al principio no os queríais acercar, pero poco a poco me gané vuestra confianza y engullisteis la comida. ¡Reto conseguido! Después de aquello pensé que cada día vendríais a pedir alimento y esto, efectivamente, ocurrió pero con una pequeña modificación: el único que viniste fuiste tú. Tu mamá siguió su camino, pero te dejó con nosotros porque sabía que había encontrado un hogar para ti y que su tiempo a tu lado había acabado. Cada día venías a por tu ración de comida y luego te ibas. No permitías que me acercara mucho a ti y tus bufidos me lo demostraron más de una vez. No sé si tuviste alguna mala experiencia con los humanos, pero recuerdo que cuando te miré a los ojos vi una mirada salvaje y resabiada. Esto me entristeció porque pensé que la alegría y la ternura ya no formaban parte de ese gatito que veía a través de la ventana, pero con el tiempo me di cuenta de lo equivocada que estaba. Los días pasaban y poco a poco fui notando cambios en ti. Recuerdo que por las tardes siempre salía a escribir o leer a la terraza y tú me espiabas a través de las flores. Yo fingía que no te veía pero no podía disimular una sonrisa al verte ahí. Las visitas cada vez eran más frecuentes hasta el punto de que te quedabas a mi lado, mirándome, mientras yo tecleaba en el ordenador las entradas que luego incluiría en el blog. Cada vez te acercabas más a mí y yo no quería tocarte por si eso te asustaba, pero con los días ese miedo dio paso a la confianza y ya dejabas que te acariciara. Las caricias dieron paso a los juegos y sin darnos cuenta cada vez pasabas más tiempo con nosotros (incluso Lolita te aceptó y construisteis una relación basada en el respeto mutuo). A pesar de esto, una parte de mí no quería encariñarse del todo contigo porque siempre pensé que tarde o temprano te irías, ya que los gatos sois así; adoráis vuestra libertad y yo no quería privarte de ella. Incluso me negaba a darte un nombre porque si lo hacía eso significaba reconocer esa verdad que tanto me negaba a admitir: que eras un miembro más de la familia. 

Marley en diciembre
Con el final del verano y la llegada del otoño te hicimos una pequeña casita en la terraza para que te pudieras refugiar de la lluvia y el frío y en menos de cinco minutos te adentraste en ella sabiendo que iba a ser para ti. Nuestro vínculo era cada vez más fuerte y a diario nos demostrabas que nuestra casa era también tu hogar, así que al final te dimos un nombre: Marley. Mi pequeño Marley tenía una rutina muy marcada: cada día a las ocho de la mañana maullaba para que le dejáramos entrar y, una vez dentro, venía a mi cama para despertarme. Cuando lo conseguía se subía a ella y se ponía a jugar conmigo durante unos minutos para después saludar al resto de los miembros de la familia y pasearse por toda la casa y observar. Le encantaba cotillear y jugar con las bolitas que le hacíamos con el plástico de los caramelos. El resto de la mañana lo pasaba tomando el sol en la terraza y cuando yo llegaba del trabajo le dejaba entrar conmigo. Por la tarde siempre solía dar sus paseos por el vecindario (al igual que por las mañanas) para luego volver y pasar con nosotros un par de horas jugando. Después llegaba la noche y siempre se iba a su casita a dormir. Sé que cada noche salía a pasear por los alrededores porque le encantaba su independencia, pero nunca tuve miedo porque siempre volvía. Era un gato libre, pero sabía perfectamente quién era su familia.

Pocos días antes de Navidad me despedí de él antes de ir a trabajar y, como de costumbre, esperaba volver a verlo en un par de horas. Sin embargo, y sin yo saberlo, ese día nuestra rutina se iba a romper para siempre porque cuando regresé Marley ya no estaba. Me extrañó no verlo en la terraza pero cuando estaba a punto de poner un pie en ella encontramos una nota de mi vecina informándonos de su destino. Mi primera reacción fue de incredulidad; no podía ser verdad, seguro que era una equivocación y que aparecería en cualquier momento porque era un gato muy listo, pero esa sensación se desvaneció en seguida y mi mundo se vino abajo. La última vez que vi a Marley estaba jugando y si me llegan a decir que ese iba a ser nuestro último recuerdo juntos habría hecho cualquier cosa para cambiarlo. Un dolor inmenso me invadió pero también se apoderó de mí una rabia tremenda porque era un gatito muy feliz que estaba lleno de vida y esta solo acababa de empezar. Disfrutaba de todo lo que le rodeaba, cada día descubría algo nuevo y yo lo hacía con él.

Su perdida ha sido un golpe tremendo y además de la ausencia que esto supone, hay otra cosa a la que irremediablemente nos tenemos que enfrentar: la rutina. Siempre he dicho que mis perros, y ahora también Marley, han marcado mis rutinas, porque al fin y al cabo vivimos por y para ellos, y cuando estos faltan eso significa que tenemos que volver a programarnos y empezar un nuevo día a día. Hasta que no tuve a Marley siempre había visto a los gatos como animales fríos, pero durante estos meses mi percepción ha cambiado por completo ya que Marley me ha enseñado a ver a los de su especie con otros ojos. Marley aprendió con nosotros, pero nosotros también aprendimos muchísimo con él y este aprendizaje siempre lo llevaré conmigo. Uno de mis recuerdos preferidos era cuando le encantaba ponerse en mi falda para que le acariciara y así podíamos estar los dos un buen rato. No nos decíamos nada, pero con la mirada nos lo decíamos todo. También echo de menos cómo le gustaba juntar su nariz con la mía y enredar sus patas en mi pelo o, por ejemplo, cómo le gustaba jugar solo en la cama y morder los bordes del colchón. Era como un niño pequeño; siempre teníamos que ir tras él porque no sabíamos qué travesura estaría haciendo en ese momento.

Marley, llegaste a nosotros de manera inesperada y te fuiste de la misma manera y aunque el tiempo va calmando el dolor, tu recuerdo y amor siempre estarán ahí. Nuestra casa sigue estando llena de ti. Aún hoy seguimos encontrando en algún rincón las bolitas de plástico con las que solías jugar y el lazo de mi pantalón de pijama todavía conserva las marcas de tus dientes y uñas. Además, tu casita y juguetes todavía están con nosotros. Incluso Lolita, cuando llega de sus paseos, sube corriendo las escaleras y pone su morro en la caseta para ver si te encuentras en ella. No voy a negar que siempre que pienso en ti se me escapa alguna lagrima, pero ese dolor ha ido poco a poco dando paso a la nostalgia y a la felicidad que sentía cuando estaba contigo. Siempre he querido pensar que el cielo está lleno de perros porque eso significa que, en un futuro muy lejano, me volveré a reencontrar con los míos, pero espero que ese cielo también tenga un huequecito para los gatos y que tú te encuentres en él. Mi cielo estaba lleno de estrellas y cada una de ellas tenía el nombre de uno de mis perros, pero ahora hay otra y esta tiene forma de gato. Marley, nunca te olvidaremos. No sabes la alegría que trajiste a casa y todas las sonrisas que tu presencia despertaba y que ahora tu recuerdo sigue evocando. Aún me sigo asomando a la ventana de la cocina y cuando lo hago veo a tu madre tomar el sol. Lo mismo me pasa cuando veo a tu hermana paseando al final de la calle. Ambas están bien y me gusta pensar que cuando ellas me miran también lo haces tú a través de sus ojos. Me has demostrado que en muy poco tiempo se puede querer muchísimo a alguien y aunque te hayas ido, ahora vives en mi corazón. Te queremos muchísimo, pequeñín. Nunca te harás una idea del impacto que has dejado aquí.

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Comentarios

  1. Laura, ¡qué bonito todo lo que has puesto! Yo siempre he sido más de gatos que de perros, pero indistintamente ambos se hacen querer muchísimo. Recuerdo lo mal que me sentí cuando murió Hugo, nuestro siamés que estuvo 17 años con nosotros... Pero estoy de acuerdo contigo, con el tiempo se hace más llevadero y nos quedan todos los recuerdos de los buenos ratos pasados juntos. ¡Besos!

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    1. ¡Hola, Raquel! ¡Muchas gracias! Me hubiese gustado poner más, porque hay tantas cosas que guardo en mi recuerdo, pero habría sido muy largo. Yo siempre he tenido perros. De hecho, tengo una foto de cuando era un bebé y a mi lado tengo a mi perra con su camada de cachorros. Toda la vida he tenido perros y los gatos no entraban en mis planes porque, además de verlos muy independientes, no quería conflictos entre perro y gato. Sin embargo, Marley me ha cambiado la perspectiva y he sabido entenderlos; ahora los veo de otra manera. Han pasado los días y aunque todavía me duele intento quedarme con lo bueno y sentirme afortunada por haberlo tenido a mi lado. Cuando un animal se va se pasa muy mal aunque haya gente que no entienda ese dolor e intente minimizarlo. Yo ya no le doy importancia a ese tipo de comentarios porque lo que importa es lo que yo sienta.

      ¡Un beso!

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  2. Ayyyy Laura, casi no puedo escribir porque tengo los ojos llenitos de lágrimas. El libro ya lo había visto por algún blog y estoy segura de que me voy a hacer con él tarde o temprano. Los animales (perros y gatos) son una pasada. Hasta que no se tienen, y se convive con ellos, uno no sabe hasta que punto pueden aportarte en tu vida. Y tuve gato (me duró 18 años) y perro (me duró solo 13 años), La verdad es que me gustan ambos, son tan distintos... Con los perros se crea un lazo muy especial, de mucha unión. Con los gatos es otra historia, porque al fin y al cabo son felinos, son más independientes, más libres, pero también te dan mucho cariño (cuando ellos quieren) y compañía. Fíjate que por una parte me gusta más el carácter felino, me parece muy atractivo y además son animales tan bonitos, tan bellos...
    La historia de Marley me ha llegado al alma, al corazón y no he podido evitar recordar mi historia, la de mis animales y he terminado llorando como una magdalena. En fin, el dolor se mitiga y al final quedan los ratos disfrutados con ellos, eso nadie nos lo quitará. Yo, hace ya muchos años que perdí a mi perro y no he sido capaz de sentir ganas de tener más animales, no se porqué, creo que porque lo pasé tan mal que rehuyó sufrir.
    Un beso y ¡gracias por compartir tu historia y la de Marley

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    1. ¡Hola, Marian! Muchas gracias por tus palabras. Los animales se quieren muchísimo y cuando se van el dolor que dejan es inmenso. Cuando tengo que pasar por ese momento, y ya han sido unos cuantos porque durante toda mi vida he tenido perros, parece que el mundo se me cae encima y la opción más fácil sería no tener más pero los quiero demasiado y no concibo la vida sin tener un perro a mi lado. Como tú dices, los lazos con los perros son muy estrechos y los gatos también te quieren mucho, pero necesitan su espacio (en eso me parezco mucho a ellos). Marley adoraba su independencia pero también era muy mimoso. Era muy juguetón y a veces lo veíamos corretear por la calle persiguiendo papeles u hojas que se las llevaba el viento. Fíjate lo travieso que era que cuando salíamos a pasear con Lolita él venía detrás corriendo y cuando nos girábamos se escondía detrás de los árboles o debajo de los coches para que no lo viéramos. A veces nos tirábamos hasta diez minutos intentando engañarlo para que no nos siguiera, teníamos miedo de que fuera atropellado, y nuestra única opción era meterlo dentro de casa. También, cuando era la hora de comer y no estaba en la terraza, le llamábamos o le silbábamos y de la nada aparecía y venía corriendo a comer. Tengo muchísimos recuerdos que no olvidaré. Al final nos tenemos que quedar con eso y, como decía en el anterior comentario, nos tenemos que sentir afortunados por haber pasado tiempo con ellos y también sentirnos unos privilegiados porque nos escogieron para ser su familia.

      Muchas gracias a ti por pasarte y comentar.

      ¡Un beso enorme!

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  3. Los gatos son seres independientes y aventureros, su destino en la calle casi siempre es trágico. Convivo con un gato (no me atrevo a llamarle "mascota") desde hace 16 años y ha perdido tanto el instinto que siempre digo que se ha "humanizado". El gordo está aún en forma, así que si no pasa nada creo que pasará de los 20. Este libro caerá en mi casa estos reyes, si llego a tiempo, jeje.
    Saludos.

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    1. ¡Hola! Yo hasta hace unos meses no sabía lo que era tener un gato, pero ahora que he podido vivir esa experiencia puedo decir que me ha encantado, aunque haya sido una aventura muy corta. Espero que tu gato pase contigo muchos años más. Y seguro que El gran libro de los gatos te encantará.

      ¡Un saludo!

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