El gran libro de los perros



¡Hola, chic@s! Hace un año y medio me autorregalé para Navidad El gran libro de los perros, el libro número 100 de la editorial Blackie Books. Me considero una gran amante de los perros, así que esta colección de historias sobre los que están considerados como el mejor amigo del hombre no podía faltar en mi estantería. Sin embargo, El gran libro de los gatos, la recopilación sobre literatura felina que posteriormente nos ofreció la editorial, se puso por delante ya que me sirvió de terapia debido al inesperado adiós de mi gatito Marley. Su recuerdo sigue conmigo cada día, pero mis heridas ya han cicatrizado y ahora siempre que me acuerdo de él lo hago con una gran sonrisa. Hace unos días cogí de mi estantería El gran libro de los perros y su lectura me ha emocionado, me ha hecho sonreír y me ha traído muchos recuerdos.

Al igual que ocurrió con la antología dedicada a los gatos, El gran libro de los perros se divide en diferentes secciones y estas te dan una idea del tipo de perro con el que te vas a encontrar:

- Perros buenos

- Perros atentos

- Perros malos

- Perros que piensan

- Perros que no he vuelto a ver

- Perros que te cambian

Ha sido una lectura preciosa que te sumerge por completo en el mundo canino y cualquier amante de los animales debería perderse un fin de semana en sus páginas. Hay perros de todo tipo, pero todas las historias son un homenaje precioso a los que para muchos, son nuestros leales y fieles compañeros de vida. Cuando escribí sobre El gran libro de los gatos decidí acabar mi reseña narrando la historia de mi pequeño Marley y hoy me toca relatar la vida de mis perros. Con Marley escogí como título una sección del libro y una cita de este, y hoy no va a ser menos. Así que allá va:

Perros que te cambian

Los perros llegan a nuestras vidas y nos enseñan a querer y ser leales. Los perros se van de nuestras vidas y nos enseñan a afrontar la pérdida. Un perro nuevo jamás reemplaza a otro perro, solo te ensancha el corazón. Si has querido a muchos perros a lo largo de tu vida, tu corazón es enorme. (El mejor amigo del hombre, Erica Young. Extracto de El gran libro de los perros)


No recuerdo ningún momento de mi vida en el que no estuviese la figura del perro. Por poneros un ejemplo, una de mis primeras fotos fue estando en el patio de la primera casa en la que viví y en ella estoy en un carrito de bebé. Era verano y en la foto se nota que fue un día muy soleado. Apenas tenía un año y sonreía a la cámara, pero en la foto que me tomaron no estaba sola ya que a mi lado se encontraba Linda, la perra de la familia, un Perdiguero de Burgos espectacular, y su preciosa camada de cachorros. Fui creciendo y Linda, Fay y Laila (estas dos últimas eran las hijas de Linda) me acompañaban en mi día a día. Las quería muchísimo, pero sentía que no eran mías del todo, sino de mi padre, aunque luego ese sentimiento cambió. Un día mi madre nos decidió dar una sorpresa a mi hermana y a mí adoptando a una perrita. Recuerdo muy bien ese día: era un viernes 23 de febrero de 1996 y fuimos a una casa en la que regalaban cachorros. Cuando salimos del ascensor un chico estaba a punto de abandonar el lugar con una perrita en brazos y mi madre se puso a hablar con él. Ya solo quedaban unos tres perritos por adoptar, todos machos, pero a mi madre no le convenció la idea porque no quería machos en casa. El chico viendo la situación cedió y dijo que él se quedaba con el perro y nosotras podíamos adoptar a la hembra. Este acto de generosidad se lo agradeceré toda la vida por todos los años de felicidad que esta perrita nos dio. Antes de llevarla a casa, la dueña la puso a mamar por última vez con los otros cachorros y vimos que nuestra perrita era muy tímida y que los demás invadían su espacio. Parecía un signo de debilidad, pero no fue más que un espejismo. Bautizamos a la perrita con el nombre de Laila en honor a la hija de Linda, que falleció muy joven, y los primeros días echaba mucho de menos a su mamá. Lo demostraba llorando por las noches, pero unos días después ya era una más de la familia. Laila fue más que una mascota, fue como una hermana para mí y una hija para mis padres. Con el paso del tiempo se convirtió en una perra fuerte, dura, valiente y tenía una gran personalidad. Le encantaban los mimos y nos entendíamos a la perfección. Era la guardiana de la casa, nos defendía a morir y no le gustaban los extraños. Laila era divertidísima porque era la jefa y hacía con nosotros lo que quería. Años después de su adopción nos encontramos con la dueña de su madre y nos preguntó cómo estaba la perrita y le dijimos que bien. La mujer se alegró mucho porque toda la camada había fallecido, y Laila, que en un principio era la más débil, siguió adelante. ¡Tengo tantos recuerdos de ella! Por ejemplo, recuerdo con mucha ternura que después de la comida mi abuelo siempre se sentaba en el sofá y se echaba la siesta. Mi abuelo era un hombre con mucho carácter y le gustaban los perros, pero no solía demostrarlo; aun así Laila siempre se acurrucaba a su lado y dormían la siesta juntos. Por otro lado, Laila adoraba las aceitunas. Como lo leéis. Era una obsesa de ellas y si hubiese tenido la oportunidad de escribir un blog, este habría estado dedicado a las aceitunas (aunque conociendo su arrolladora personalidad, mi Laila hubiese sido Youtuber). Laila era nuestra vida y yo me autoengañaba pensando que iba a ser eterna. A medida que fue envejeciendo le costaba subir a las camas (siempre dormía abrazada a mi madre) ya que había engordado y también porque los dolores en los huesos empezaron a aparecer. Siempre que quería subir a la cama de mis padres venía a mi cuarto y me ladraba. Daba igual que fuese de día y estuviese estudiando o de noche y durmiendo, me tenía que bajar de la litera y subirla a la cama. No podía engañarla. Incluso si cerraba la puerta ella la rascaba con autoridad y yo tenía que cumplir sus órdenes. Un día rascó en mi puerta y al abrirla vi que su mirada llena de vida estaba apagada. No sabía qué le ocurría, pero cuando le toqué el estómago se me cayó el mundo encima. Laila estaba enferma y ya no podíamos hacer nada por ella. Tenía 13 años y su vida llegó a su fin poco después. Esa eternidad que anhelaba para ella no existía y cuando se fue una parte de mí se fue con ella. A veces parece que está mal decir que la muerte de tu perro te ha dolido como la de una persona, porque entonces los demás te ven con malos ojos, pero este tema tan controvertido tendría que dejar de serlo porque la muerte de tu fiel compañero puede ser realmente desoladora y si los demás no lo entienden no es mi problema. La marcha de Laila fue devastadora para toda la familia. Durante unos días dejé de dormir en mi cama porque echaba de menos que no rascara en la puerta de mi habitación para que la subiera a la cama de mis padres. Tampoco podía escuchar un determinado tipo de música porque me ponía a llorar y cada mañana, nada más despertarme, me invadía una gran tristeza. Ha pasado una década desde su adiós y la recuerdo con una gran sonrisa, aunque ahora estoy escribiendo sobre ella y se me saltan las lagrimas. Laila fue más que una mascota y fue muy duro despedirme de mi rebelde pequeñaja.

Sin embargo, Laila no fue nuestra única perra ya que en nuestras vidas también estuvieron Tula y Mingo, una pareja de Pointers que tuvieron, atención: 15 cachorritos. Nuestra casa parecía 101 dálmatas, pero antes de llegar a este momento, las vidas de Tula y Mingo eran muy diferentes. Tula llegó a casa el mismo año que lo hizo Laila, pero Tula lo hizo en septiembre y contaba con solo dos semanas de vida. Recuerdo que mi padre la trajo en la palma de la mano y se parecía más a una ratita que a un perro. Tula vino a casa tan pequeñita porque su madre, en su primera salida al campo después del parto, fue envenenada. No sabíamos si iba a sobrevivir por su corto tiempo de vida, pero Tula fue como Laila: una fuerza de la naturaleza. Empezamos a alimentarla con biberones, era muy bribona, y cuando ya tuvo edad suficiente se lo comía todo: ¡incluso nuestros calcetines! Tulita tenía un carácter muy especial y era de lo más cómica. Siempre fue una niña eterna y le encantaba jugar. Sin embargo, esto no significa que fuera sumisa e inocente, al contrario: se convirtió en la jefa del patio y nadie le tosía encima. Si hubiese estado en casa la cosa habría sido diferente, porque ahí la jefa indiscutible era Laila.

Mingo llegó a casa dos años después. Ya lo había visto con anterioridad y recuerdo que me impactó su delgadez. ¿Por qué estaba tan delgado? Según el dueño, Mingo no quería comer (era mentira). Un tiempo después, cuando salí del colegio, mi madre nos dijo a mi hermana y a mí que nuestro padre había traído un perro a casa. Era Mingo. Cuando me asomé a la ventana que daba al patio lo vi allí con los demás perros y más delgado que antes. No me lo podía creer. Mi madre nos dijo que el dueño ya no lo quería y le comentó a mi padre si quería adoptarlo porque tenía pensado pegarle un tiro. Mi padre no se lo pensó dos veces, lo trajo a casa y lo primero que hicieron fue alimentarlo. Después mi madre lo llevó al veterinario, el perro era piel y huesos, y la veterinaria dijo que no saldría adelante. Lo que la veterinaria no sabía es que los perros que entraban en nuestra casa no se rendían y Mingo se recuperó y se convirtió en un perro fuerte, sano, equilibrado, bueno, cariñoso, feliz y agradecido, muy agradecido. Cada día era un regalo para él. Nos quería mucho y nosotros a él. Mingo llegó a casa en 1998 y falleció debido a la vejez una mañana de enero de 2010. Tenía 14 años. Tula y Mingo eran nuestra pareja estrella y mi Tulita decidió reunirse con él tres meses después. Como anécdota os contaré que un día mis padres tuvieron la brillante idea de sacar al campo a los cachorros de Tula y Mingo, que eran unos 12 por aquel entonces y tendrían unos 3 meses, y la sola idea ya era un divertido caos anunciado, pero no solo eso, sino que también nos llevamos a Fay, Tula, Mingo y Laila. Ya os podéis imaginar lo que pasó, ¿verdad? Minutos después de la fantástica idea estábamos los cuatro corriendo desesperados detrás de los cachorros porque estos corrían entusiasmados por todo el campo. Menos mal que mi súper Laila acudió al rescate y los recogió como si de un perro pastor se tratara. Cuando los reunimos hicimos recuento para ver si estaban todos. Ahora lo recuerdo y me río muchísimo, pero fuimos unos inconscientes, ¡no sé en qué estábamos pensado! Aunque en mi defensa y en la de mi hermana, diré que nosotras éramos unas niñas, así que toda la culpa fue de nuestros padres ja,ja,ja,ja.


Paloma y Lolita

Siempre he dicho que en casa hemos tenido tres generaciones de perros: por un lado, tuvimos a Linda, Fay y Laila, la primera generación. Después vino la segunda, formada por Laila, Tula y Mingo; y por último tenemos a Dom, Chiqui, Tani, Paloma, Blanca y Lolita. Dom era hijo de Tula y Mingo, y era un perrito muy fuerte, bonachón y de gran corazón, pero su vida fue un pelín más corta de lo que esperábamos porque precisamente tenía el corazón muy grande. Por otro lado, un día mi padre se encontró un perrito abandonado en el campo al que llamamos Chiqui. Chiqui era un perro cazador muy reservado, pero nos tenía mucha estima. Siempre que salía al campo se volvía loco porque le encantaba cazar e iba tras cualquier rastro que su nariz detectara. Un día Chiqui se adentró en el campo y no volvió; tiempo después nos ocurrió lo mismo con Blanca. A ambos los buscamos sin descanso durante días, pero nunca más los volvimos a ver. Tengo la esperanza de que encontraron a una familia y los dos son felices. El caso de la dulce Tani es diferente ya que tuvo el mismo destino que la madre de Tula y nos dejó devastados. Con el adiós de Tani quedaron Paloma y Lolita, la última generación, hasta ahora, de los perros que hemos tenido, y de la que tengo recuerdos inmejorables.

La historia de Paloma es muy curiosa. Mi padre, otra vez, trajo una perrita a casa; de hecho, la tenía en el coche y le dijo a mi madre que el dueño no la quería porque ladraba mucho. Mi madre dijo que no, que ya teníamos bastantes perros, y no la quería ver porque sabía que si lo hacía se la quedaría. Mi padre devolvió a Paloma, pero al día siguiente, cuando mi madre no estaba en casa, la trajo y la puso en el patio con los otros perros. Mi madre sabía que ya no había vuelta atrás, pero lo primero que dijo al verla, y que ahora lo recuerda entre risas, es que la perra era muy fea. Paloma era muy normal. No destacaba y era muy discreta. Años después enfermó y la metimos en casa, y ahí empezó su verdadera historia. Paloma se convirtió en una extensión de Laila ya que desarrolló su misma personalidad, aunque Laila era más autoritaria. Paloma, a la que también llamábamos cariñosamente Pa, era una perra muy especial porque nos entendía a la perfección y desarrolló el humor negro de la familia. Si nosotros le gastábamos bromas, entonces Paloma nos las devolvía. Era mirarla y ver que era cómplice de nuestros juegos. Paloma fue una perra fuerte y muy valiente, y os pondré el siguiente ejemplo: en 2015 tuvo problemas de riñón, pasó por muchas pruebas, y los veterinarios no contaban con ella. Lo pasó muy mal y nunca, nunca se quejó. No comía ni bebía y eso era un mal presagio. Ya no sabíamos qué hacer, pero una noche, como último recurso, mi madre le preparó una especie de puré para ver si así podía comer. Era nuestra última esperanza y Paloma lo sabía: empezó a comer. Ese gran pequeño gesto dio paso a su recuperación y Paloma, poco tiempo después, volvió a ser la de antes. Nada ni nadie podían con ella. Yo siempre decía que Paloma era como el Doctor Who, se regeneraba y resurgía como el ave fénix. Cuando entró en la vejez, le salió una verruga enorme en el pecho y la veterinaria dijo que como no corría peligro no la operaría; ya estaba muy mayor y la verruga estaba en una zona delicada y no quería arriesgarse. Sin embargo, Paloma no compartía la opinión de la veterinaria, así que ella sola se las apañó para arrancarse la verruga. Esto le costó días, y lo hizo sin que le quedase ninguna señal. Paloma era una heroína y lo demostraba cada día. Si Laila dormía abrazada a mi madre, Paloma hizo lo mismo, pero conmigo. Cada noche venía a mi habitación y seguíamos el siguiente ritual: se subía a mi cama, yo apartaba la manta para que se metiera dentro y entonces se acurrucaba en mi pecho. Como os he dicho, Paloma fue una perrita muy fuerte y esto me lo demostró por última vez hace un año y medio. La vejez no perdona y el cuerpo de Paloma ya no daba para más, pero su cabeza le decía todo lo contrario. Luchó hasta el último momento y lo hizo como siempre: sin quejarse. Paloma nos dijo adiós demostrando ser una guerrera hasta el último segundo y la recordamos cada día de esta manera. Entró en nuestras vidas de manera discreta, pero nos dijo adiós convertida en nuestra bonita e inolvidable Pa.

Y ahora llegamos a mi Lolita; también conocida como Loli, Lolis, Lo, Peque y Princesita, y cuando las cosas se ponen serias es simplemente Lola. Lolita no estaba destinada a nosotros, ya que en un principio se la iba a quedar nuestro vecino y amigo de mi padre, pero este se fue de vacaciones días antes de adoptarla y pidió que le guardáramos a la perra. Mi madre dijo que si se iba se la quedaría, pero nuestro vecino no la tomó en serio y se fue, y cuando regresó mi madre cumplió con su palabra. Lolita vino acompañada de Blanca, las dos tenían dos meses, y venían en una cestita. Me arrepiento de no haberles hecho una foto porque las dos estaban para comérselas. Eran dos muñequitas y 12 años después Lolita lo sigue siendo. Lolita es la perra más dulce, tímida y sensible que hemos tenido. Es todo bondad y siempre se queda en un segundo plano para darle protagonismo a los demás (lo demostró con Paloma y Marley). Mi Lolita es la única perra que tengo ahora y me apoyo mucho en ella. Cada mañana y tarde salimos a pasear y tenemos nuestras conversaciones y peleas (es muy cabezota), pero me mira con esos ojos que parecen dos avellanitas y se me pasa. Siempre está ahí y si me da alguna de mis migrañas acude a mi lado y sin decir nada espera a que esté mejor. Lolita para mí lo es todo y muchas veces pienso qué haré cuando me falte. Mientras llega ese día, que será en un futuro muy lejano, aprovecho al máximo todos mis días con ella.

Cada perro que ha pasado por mi vida ha sido especial para mí y me ha aportado algo. Ninguno se ha ido en vano y ahora viven en mi corazón. He empezado este escrito con una cita del libro que afirma que si has querido a muchos perros a lo largo de tu vida, tu corazón es más grande; y no puedo estar más de acuerdo con estas palabras. Tener un perro significa tener que enfrentarse a su pérdida, y es muy triste, pero todos los años de felicidad que te aporta no los cambiaría por nada del mundo. Tener un perro te regala vida y una gran humanidad; y te enseña a querer de manera desinteresada e incondicional. No los cambiaría por nada. De momento mi historia con mis fieles compañeros acaba aquí, pero sé que en el futuro continuará.

¿Vosotros también tenéis perro? ¿Tenéis alguna historia que queráis compartir?

¡Hasta la próxima!


Página de Facebook: El blog perdido de Laura

Instagram: laura_lamiel

Comentarios

  1. Ayyyyyy Laura, me tienes con los ojos medio llorosos, me ha emocionado tanto conocer la historia de todos tus perros... Yo también he tenido varios (no tantos como tú). De niños siempre queríamos perros mi hermano y yo y mis padres no querían. Pero un día (yo ya tendría 16 años o así) les convencimos y adoptamos de la perrera a un cachorro de cocker, estábamos tan emocionados..., pero a los pocos días empezó a ponerse malito y al final se murió de Moquillo (yo por aquel entonces ya sabía que iba a hacer la carrera de veterinaria), lo pasamos fatal porque le daban ataques epilépticos.

    Después adoptamos a una boxer, Ásica, que tenia ya siete meses, era más buena... (los bóxer son unos perros geniales), pero el problema es que venía mal enseñada y se hacía pis y todo lo demás en casa. La verdad es que mis padres aguantaron bastante, pero llegó un momento en que era insostenible (un día al llegar a casa vimos horrorizados como se había hecho pis encima de la cama de mis padres) y eso fue lo que desencadenó que mis padres sin decirnos nada a mi hermano y a mí se la llevaran y se la regalaran a un vecino que tenía una parcela en el campo. Lo pasamos fatal todos, no sabes lo que lloré (tengo en mente mi yo de jovencita en el bus camino al instituto con una llorera...). Por aquel entonces ya había llegado a casa mi gata Lina. A Lina se la encontró alguien en la calle, tenía unos tres meses y como Ásica y ella se llevaron bien desde el primer momento pues al final se quedó (tengo fotos de las dos durmiendo juntas). Una anécdota de mi gata: pues resulta que en el veterinario nos dijeron cuando la llevamos por vez primera que era una gata. Le pusimos las primeras vacunas y luego ya no hizo falta llevarla más al vete porque no salía de casa. Resulta que cuando yo estaba en segundo de la carrera (de Veterinaria) esos días haciendo prácticas para saber el sexo de los gatos, la miré en mi casa y resulta que era un macho. Jaja, no me lo podía creer, era Lino y no Lina (aunque evidentemente ya era tarde para cambiarle el nombre y con Lina se quedó hasta el final). Nunca olvidaré el día en el que salí corriendo de mi habitación y gritando en casa de mis padres que Lina era un macho (suponemos que de muy pequeñita alguien le castró y lo abandonó y por eso como no tenía testículos, y el veterinario que no era demasiado avezado, pues pensó que era una chica). Lina estuvo conmigo hasta los 18 años, murió de un problema renal (de lo que suelen morir la mayoría de los gatos viejitos).

    Hacía ya varios años que mi madre se había cogido un cahorro de caniche, Troy, aunque vivía con ellos, yo lo consideraba mío porque en vacaciones y muchos fines de semana los pasaba en mi casa, conmigo. Se llevaba genial con Lina, se hacían mucha compañía. Troy era la leche (perdón por la expresión), creo que es el animal más listo que he tenido. Él y yo teníamos una relación muy especial (creo que yo era su dueña preferida), parecía que con su mirada me hablaba, nos entendíamos.
    Se fue muy pronto, con 13 años de un problema cardiaco. Ese día fue horrible porque tuve que ir a trabajar y no podía dejar de llorar (era agosto y yo trabajaba en la Biblioteca Nacional), nunca se me olvidará. La verdad es que desde entonces nunca más he tenido animales, creo que no me apetece, soy de las que lo pasaba especialmente mal cuando se mueren o cuando están enfermos.
    En fin Laura, que vaya rollo que te he echado contándote mi historia perruna y gatuna. Me ha encantado conocer la tuya y espero que Lolita te dure mucho y puedas disfrutarla mucho tiempo
    Besitos

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Marian! ¡Los animales se hacen querer tanto! Tú lo tienes que saber muy bien, que eres veterinaria :) Yo también quería serlo (incluso mi hermana pequeña y yo fantaseábamos con montar una clínica veterinaria juntas), pero los números y yo no nos llevamos bien. Lo intenté hasta el final, pero finalmente me decanté por mi otro gran amor: las letras, e hice bachillerato filológico (aunque antes lo intenté con el bachillerato científico por mi amor a los animales).

      La historia que me cuentas de Lina es parecida a la que yo tuve con Marley. Nosotros siempre dimos por hecho que era un macho (miré en internet cómo diferenciarlos y Marley tenía las características de los gatos), pero un día mi hermana lo volvió a mirar y tuvo dudas. Cuando me dijo que a lo mejor hembra, ¡no sabes el mosqueo que pillé! Si era gata tenía claro que iba a esterilizarla porque ya me veía con la casa llena de gatos ja,ja,ja,ja Ese mismo día dije que al día siguiente llamaría a la veterinaria para que me confirmara si era un gatito o una gatita, pero por desgracia nunca la llamé porque ese día tuvo el accidente que nos lo arrebató. Siempre me quedaré con la duda, pero creo que era macho.

      Al igual que Lina y Troy, Lolita y Marley también se llevaban muy bien. Lolita es tímida y le cedía siempre las cosas y Marley era más pillín y siempre iba detrás para provocarla y jugar.

      Se pasa muy mal cuando se van, pero yo no podría vivir sin un perro a mi lado. Son parte de mi vida desde que nací y si no tuviera uno me faltaría algo. No sabría qué hacer.

      Ahora tengo a mi Lolita, que es muy buena, pero muy, muy cabezota. No se puede ser perfecta ja,ja,ja,ja

      Me ha encantado el comentario tan bonito que me has dejado <3

      ¡Un beso!

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